Tradicionalmente, se ha considerado el cuerpo como una parte radicalmente externa de nosotros mismos: el envoltorio natural de nuestra esencia y, a la vez, una expresión de nuestras semejanzas y diferencias. En él se inscriben, como estigmas, una serie de señas supuestamente inmutables (de raza, sexo, clase…) que vienen marcadas y sobre las que, a priori, no podemos (ni debemos) actuar. El cuerpo se nos otorga y no admite discusiones. No hay negociación posible, el cuerpo se define solo por sí mismo: es el que es. Y si los cuerpos son los que son, los grandes discursos normativos se han empeñado en asegurar que lo sigan siendo.
Pero esta idea contradictoria del cuerpo como algo natural no se sostiene ya en una sociedad que ha sido, durante demasiado tiempo, víctima de ese control institucional del cuerpo: un control que dice «delgadez», «cirugía», «moda» y pocas veces dice «libertad». Hemos aprendido a aceptar a la fuerza un corsé que, aunque asfixia, no nos impide respirar y, paradójicamente, esto nos enseña que los cuerpos no son lo que son, sino lo que deben ser. Escribimos insistentemente sobre nuestros propios cuerpos las frases que dictan los medios: cuando vamos al cine, cuando leemos una revista, cuando subimos una historia a nuestro Instagram. Y así emborronamos cualquier atisbo de un discurso propio, que queda enterrado bajo unas palabras ajenas que hemos asumido y naturalizado. Y, al final de este proceso de (re)construcción, casi parece que sea cierto: nuestro cuerpo es lo que debe ser.
The Missing: J.J. Macfield and the Island of Memories (White Owls, 2018), del estudio de Hidetaka Suehiro ‘Swery’ (autor de Deadly Premonition, entre otros), propone una lectura interesante acerca del cuerpo. Su protagonista es una joven, J. J. Macfield, que debe buscar a su amiga Emily, desaparecida tras llegar juntas a una extraña isla. Pronto descubriremos que la búsqueda —entendida como proceso previo al encuentro, pero también como recuperación y reescritura de la memoria— es el tema central de la obra. No solo se trata de buscar a Emily, para J. J. el camino resulta ser también un proceso de reencuentro consigo misma.
Para ello, Swery y los suyos construyen The Missing sobre tres pilares clave: la ambientación, las mecánicas y la narrativa. Tres elementos que giran en torno al cuerpo de la protagonista y que se presentan en simbiosis. J. J. Macfield es una mujer trans que, víctima de un entorno hostil, se muestra como hombre ante la sociedad (a excepción de con su amiga Emily), y esta imposibilidad de «ser lo que es», en un entorno que le obliga a disfrazar su propio cuerpo, persigue a J. J. quien, mientras busca a Emily, debe conseguir apoderarse de su sufrimiento y usarlo en su beneficio para superar los retos que salen a su paso, y solo así reconciliarse consigo misma y con su propio cuerpo.
Island Memory resulta el escenario idóneo para el tema que nos ocupa. Se trata, según el propio juego, de «una isla remota en Norte América, llena de artefactos de los viejos tiempos», que «tiene el poder de despertar los recuerdos de todos sus visitantes». Quizás por ello, por este poder antiguo y sobrenatural, J. J. pierde a su mejor amiga al llegar a la isla. Para encontrarla debe enfrentarse a los recuerdos, cuya memoria se empeña en borrar, y aceptarlos como parte de sí misma, para así poder dejarlos a un lado de una vez por todas. Este halo místico de la isla nos obligará a pasar junto a J. J. por ciertos episodios fantásticos que, en ningún momento, dejan clara su naturaleza (¿realidad o fruto de un delirio?). Y en esa atmósfera enrarecida aparecerá nuestra principal enemiga: una suerte de doppelgänger de la protagonista.
No deja de ser reseñable que el estudio haya decidido convertir el propio cuerpo de J. J., esta vez deformado y convertido en un ente monstruoso, en la mayor amenaza de la protagonista, en la encarnación de su mayor miedo: J. J. es plenamente consciente de que no es capaz de seguir constriñendo su cuerpo, que ha de revelarse (y rebelarse) en contra de la imagen de sí misma que durante tanto tiempo le han impuesto, y reescribir su propia identidad utilizando su sufrimiento acumulado. Durante gran parte del tiempo de juego deberemos huir, pues, de ese monstruo, sorteando plataformas y puzles construidos a la medida de los temores de nuestra protagonista.
Esos temores tienen que ver también con el propio cuerpo. Si decíamos que la Isla de la Memoria convierte los recuerdos de J.J. en un monstruo del que deberá escapar, la búsqueda de Emily se transforma, en ese sentido, en una huida hacia adelante que deberemos enfrentar usando ciertas mecánicas basadas en el dolor de la protagonista. Mutilar su cuerpo, entregarlo a las llamas o perder la cabeza son algunas de las posibilidades que hacen especial a J. J. Tras años de sufrimiento y autocastigo, el cuerpo de la protagonista debe encontrar aquí un sentido a su dolor, y cada una de estas posibilidades la ayudan a superar diferentes desafíos. Desde secciones de plataformeo sencillas en las que nos desprendemos de nuestras extremidades y tronco para superar grandes saltos hasta puzles que nos obligan a arder para conservar la luz del fuego, pasando por fases en que, literalmente, nos partimos el cuello para voltear el escenario. Puede parecer, desde fuera, que hablemos de una violencia gratuita y desagradable, pero lo cierto es que no hay nada de gratuito aquí: la mutilación del propio cuerpo cobra un sentido imprescindible en el proceso de aceptación de J. J., quien, a medida que superamos estos desafíos, consigue escribir su propio discurso y abandonar el temor hacia su propio cuerpo. Así nos acercaremos hacia el final de la aventura y, de forma paralela al proceso de aceptación, la protagonista asume como necesario el enfrentamiento con su doble perverso, pues solo así podrá reencontrarse consigo misma y encontrarse de nuevo con Emily.
Otro de los elementos centrales de The Missing son los mensajes que llegan al smartphone de J. J. A través de las conversaciones que desbloqueamos, conocemos mejor su historia y el ambiente que rodea a la protagonista. Hablando con la madre de J. J., un profesor de su universidad, algunas amistades, otras menos amistosas, un misterioso «F. K.» y la propia Emily construimos un sistema de relaciones personales que afectan al personaje y, cómo no, nos remiten de nuevo a su cuerpo, esta vez de forma mucho más implícita. No se nombra aquí el cuerpo de J.J. en ningún momento, pero resuena con fuerza en nuestras conversaciones: «tú eres diferente», «eres especial» o «estás rara» son solo algunos de los mensajes que nos hacen pensar en la hostilidad que socialmente ejerce el entorno sobre nuestra protagonista. Especialmente doloroso resulta el caso de su propia madre, quien insiste a J.J. en que debería ir al psicólogo para «curarse».
Estos mensajes coleccionables, que en tantos otros títulos no tendrían mayor importancia, resultan imprescindibles para entender la profundidad de la herida de J.J. El cuerpo que, según parece, debe ser su cuerpo, el cuerpo del que ha de disfrazarse para sentirse aceptada, es un cuerpo que ella no siente como suyo y que, en cambio, la sociedad le asigna. Su cuerpo de hombre es el que le ha tocado y que, naturalmente, debe llevar consigo misma. Porque el cuerpo es el que es.
Sin embargo, J. J. aprende durante este viaje, enfrentándose a sus propios miedos, que el cuerpo no es más que una construcción moldeable y que, el suyo, lo han construido otros. Toca, pues, sacar fuerzas de flaqueza y escribir sobre lo escrito: hacer callar el discurso que ha impedido que su discurso propio florezca, y ahora, por fin, gritarlo a los cuatro vientos. El cuerpo de J. J. Macfield realmente es lo que es cuando no es más que una representación de lo que ella misma siente y no una reproducción de otros cuerpos.
El cuerpo como constructo capaz de construirse a sí mismo y de producir su propio discurso. Y de enfrentar los discursos normativos, asfixiantes corsés que nos obligan a ser algo que no somos. De eso nos hablan las mutilaciones y los llantos en The Missing. Y también del videojuego como disciplina privilegiada capaz de reflexionar sobre los modelos y los discursos hegemónicos (de género e identidad, en este caso), capaz de problematizarlos, de disputarlos y de ofrecer alternativas. La búsqueda de Emily y el reencuentro de J.J. son también una invitación para el jugador, de ahí la dureza del título.
The Missing consigue que, como jugadores, revisemos nuestros propios cuerpos (y discursos), nuestra relación con ellos y con nuestro entorno, y repasemos también las directrices ambientales que hemos interiorizado y asumido como naturales, pero que son, en realidad, puramente culturales y sociales.