La saga Resident Evil representa, por lo menos, uno de los grandes exponentes del Survival Horror. Puede que el primer Resident Evil (Capcom, 1997) fuera un accidente, al surgir de otro proyecto, y que no ofreciera la misma experiencia que Alone in the Dark (Infogrames, 1992), pero si por algo brilla la saga —más concretamente en sus primeros exponentes— es, en parte, por el mensaje o la reflexión que aporta. Podemos estar de acuerdo en que no posee la trama más sólida que, incluso entretejida en varios videojuegos de la saga, sigue sin ser del todo consistente y continúa, digamos, con lagunas argumentales, pero la saga de Shinji Mikami ofrece un espacio digno de análisis.
En resumidas palabras, en Resident Evil, una empresa farmacéutica, con un amplio monopolio en los EE.UU. y fuera de este, crea armas biológicas derivadas de unos virus patógenos. En la historia suceden dos acontecimientos de carácter determinante: el brote en las instalaciones de Umbrella en la mansión Spencer y el de Raccoon City en septiembre de 1998, según la cronología del juego.
El primero de estos patógenos es el progenitor, que se origina de unas flores recogidas en una expedición de los fundadores de la compañía —una tapadera de los experimentos— en el continente africano. Resulta que la flor era utilizada por un ficticio reino tribal africano llamado Ndipaya con fines rituales y que servía, de hecho, para que se alzaran algunos de los tribales como reyes. El progenitor será, como lo indica el nombre, la fuente de otros mortales patógenos como el virus T o tyrant, virus que provocará los acontecimientos más determinantes de la saga.
Umbrella, la corporación farmacéutica, hace experimentos para crear armas biológicas fuera de su ámbito legal, o de su tapadera, que es producir vacunas, ungüentos o productos contra el envejecimiento y toda una línea de fármacos comunes. Sin embargo, Umbrella, que logra una gran expansión y goza de mucho poder tras este proceso, no quiere acceder sin más al mercado negro de armas biológicas —que ya no matan sin más, sino que crean zombis o mutantes— o seguir asociado con el Gobierno de los EE. UU., sino que dentro del programa histórico de sus fundadores se encuentra la idea de crear un übermensch sin defectos congénitos, una aristocracia mutante que gobierne y acabe con los débiles, en una suerte de biocentrismo [1], racialismo [2]. Lo interesante es que se nos presenta, pues, un argumento biopolítico: Resident Evil, aunque plantee el argumento desde la percepción individual de sus protagonistas, muestra una realidad que, de alguna forma, representa el desarrollo ulterior del Estado: la biopolítica o el biopoder.
La biopolítica según Foucault se alcanza cuando el Estado cruza lo que él denomina el umbral de la «modernidad biológica», que se sitúa en el momento en que la especie —humana— entra como «apuesta del juego» en sus propias estrategias políticas [3]. Este planteamiento adquiere más sentido cuando Agamben sugiere que, cuando el Estado moderno sitúa la vida biológica en el centro de sus cálculos, no hace más que volver a sacar a la luz el vínculo secreto que une el poder con la nuda vida [4], reanudando así lo que se conoce como arcana imperii o razón de Estado [5].
Y aunque en la modernidad pudiera parecer común que la salud y la enfermedad sean tópicos políticos, la realidad es que se han hecho, o se harán, políticos a medida de que los Estados impongan su interés en el dominio de todo lo real frente a cualquier despolitización como ya diría Carl Schmitt [6]. En este sentido, tendríamos que admitir que desde el siglo XIX, que es cuando los Estados están asentados, en todo su sentido moderno y administrativo, el rasgo característico de lo político será la transformación de la vida en un bien supremo [7].
Gustavo Bueno, a pesar de todo, tritura esta noción de la vida como bien supremo, aunque no por esto creemos que rechace la instrumentalización de la vida desde el Estado. Bueno sostiene que, el considerar la vida humana como valor supremo entre los valores humanos, éticos, políticos, estéticos y demás, carece de sentido porque la vida es un bien que supone a los demás valores. Es decir, los valores rebasarían a la vida individual y a la social, de modo que la vida humana no se justifica por sí misma, sino por los valores encarnados.
La vida, dice Bueno, estará coordinada o subordinada a otras vidas, planteando el caso de la legítima de defensa: en donde la vida del agresor no será ya un valor supremo [8]. Una de las razones de Bueno para negar la vida como valor supremo, o al menos la expresión, es en referencia a la carencia de una organización jerárquica de valores, ya que es imposible jerarquizar valores distintos. Por esto, dice que no se puede unir en una sola jerarquía valores vitales, lógicos, éticos, etcétera. En un sentido individual es absurda la concepción de la vida como bien supremo, pero en términos de la legislación y de la razón de Estado, ¿esto no adquiere sentido? Más si tomamos como punto de referencia la necropolítica.
Esta realidad, plenamente estatalizada, demuestra la desvalorización de la vida y su reducción a la condición de nuda vida. Y Aunque la realidad puede superar a la ficción, Resident Evil lo lleva al absurdo. ¿No lo demuestra así el brote desatado en Raccoon City gracias, en primera instancia, a un Marcus renacido por el virus tyrant? Es decir, lejos de que la corporación buscase contener el virus, como se puede apreciar en Resident Evil 2 (Capcom, 1998) y Resident Evil 3 (Capcom, 2000) por medio de grupos paramilitares y obstaculizando cualquier investigación que implicase a la empresa, la decisión final del Gobierno norteamericano en su sacralización de la vida —o en su relegación al status de nuda vida—, es lanzar un misil táctico sobre Raccoon City y acabar con toda la población, infectada o no infectada [9]. Ese parece el mayor ejercicio de biopolítica en la saga y el más terrorífico de todos. ¿Qué límite se pudo haber marcado al Estado en una condición como esa? ¿O qué límites tendría el Estado, ya no en la ficción, en una situación análoga?
La paradoja es clara: la vida es el bien supremo [10], pero en la necesidad de salvaguardar la vida, hay que exterminar unas miles y millones porque son el vector de la enfermedad. Esto es lo que Foucault llama el derecho soberano a matar, o droit de glaive, que está impreso en la fisonomía, o en los mecanismos de biopoder, de cada Estado moderno. El exterminio de una prolífica y tranquila ciudad del Medio Oeste traería como consecuencia una implicación del Gobierno y una escalada de la opinión pública, pero incluso cuando la corporación fuese a juicio, su poderosa maquinaria económica impediría cualquier fallo judicial en su contra. Todo quedaría, por lo menos en los primeros años, como una conspiración gubernamental en contra de Umbrella.
Sin embargo, la corporación farmacéutica caería en bancarrota en poco tiempo y su estructura, así como su poder, sería dividido entre otras compañías que seguirían operando mucho tiempo —WilPharma, Tricell, etcétera—. No obstante, lo interesante del asunto es que estas competidoras, e incluso sucesoras espirituales, estarían entretejidas en el sistema político norteamericano —por la dependencia de este, según el juego, a las farmacéuticas y por producir vacunas [11]—, así como estas empresas introducirían armas biológicas en el mercado. En las sucesivas entregas, y películas, veremos cómo hay países ficticios con conflictos civiles en donde unos bandos optan por las armas biológicas.
Resident Evil está en constante crisis, a un punto trágico, porque tras los acontecimientos de Raccoon City, el pan de cada día es el bioterrorismo. Tanto es así que surge una institución de nombre BSAA, dentro de las Naciones Unidas, que cuenta con un ejército multinacional y agentes, como en la INTERPOL, para intervenir en cualquier nación donde haya bioterrorismo. Este parece ser el ejercicio de biopolítica, aunque en un sentido transestatal, de los grandes poderes que se sientan en el Consejo de seguridad. En este sentido, parece rescatable la postura de Negri en torno a la posmodernización —informatización—, a diferencia de la modernización —industrialización—, porque contextualiza de forma correcta el espacio antropológico donde se desarrolla la saga [12].
A saber, Negri y Hardt exponen que «mientras en el proceso de la modernización los países más poderosos exportaban formas institucionales a los países subordinados, en el actual proceso de posmodernización lo que se exporta es la crisis general de las instituciones» [13]. Estados Unidos de América, el mayor imperio de la posmodernidad aquí y en Resident Evil, deja de ser el núcleo del bioterrorismo para hacerlo un problema global. Y en esta globalización del caos, es Estados Unidos el promotor de la BSAA.
Sin profundizar en detalles, llama la atención el poder que amasan las farmacéuticas en las entregas. Desde bases militares abandonadas, en porciones de tierra considerables o islas, hasta portaaviones e instalaciones bajo tierra son posesión de Umbrella en su época de apogeo. Además, la compañía parece ser favorecida institucionalmente por el Gobierno, al menos hasta el brote y su caída en desgracia, y es Raccoon City el mayor ejemplo de este poderío, en tanto el mayor financiamiento de la alcaldía era obra de Umbrella [14].
En un plano internacional, la relación entre Estados Unidos y Umbrella, o luego con las farmacéuticas benevolentes, tiene un alcance global. Como dicen Hardt y Negri: los Estados-nación cumplen funciones tales como la negociación con respecto a las corporaciones transnacionales y la redistribución de ingresos de conformidad con las necesidades biopolíticas dentro de sus propios territorios limitados, ya que son «filtros del flujo de la circulación global y reguladores de la articulación del comando global […] capturan y distribuyen los flujos de riqueza hacia y desde el poder global y disciplinan a sus propias poblaciones en la medida posible» [15].
En fin, dentro de la saga y de las películas animadas, se presenta toda una dialéctica en el ámbito biopolítico y habría que reconocer, ya en las coordenadas de la experimentación y el trato, que hay remisiones a la bioética. Bueno sostiene, en relación a unos principios generales para una bioética materialista, que dentro del ámbito interindividual debe tomarse como referencia un principio general de reproducción conservadora: en el que reproducción equivaldría a la prohibición terminante de transformación, vía la ingeniería genética, de un individuo de la especie humana en otro organismo de morfología no canónica y a todo aquello que afecte a la morfología humana. A su vez, dice que habría que admitir la necesidad de un «principio de maleficencia» en seres vivientes no humanos, siempre y cuando haya de ser utilizada para el bien humano [16], pero, ¿qué bien humano aportaría la creación de armas biológicas a partir de animales como se ve en Resident Evil? Y en el caso de los humanos, con los cuales se experimenta de forma cruel e impune, ¿qué bien traería la alteración de su propia morfología mediante elementos víricos e incluso parásitos como en el caso del proyecto Nemesis?
En definitiva, los puntos centrales en la saga, sea visto desde la biopolítica o la bioética, supone una conclusión tan terrible como la propia atmósfera de terror y supervivencia que exponen los videojuegos. Resident Evil es, digamos, un mensaje sobre la deshumanización, la ingeniería genética y la maleficencia, pero aplicada a los humanos en perjuicio de los humanos, sobre el control biopolítico de determinados Estados y la necropolítica, en tanto derecho soberano a matar.
Probablemente, esa es la magia del videojuego: aún con un guion poco consistente, con giros argumentales que crean vacíos e incluso estereotipos burdos sobre norteamericanos para un juego de origen japonés, puede generarse una historia que, desde las coordenadas de la Filosofía, adquiere más sentido, quizás más del que tenían pensado sus artífices. Videojuegos que tocan la biopolítica los hay en cantidades, ¿pero al nivel de una saga que ha aportado por décadas innumerables juegos que crean una fantástica historia en común? Aquí podría hallarse la fuerza con la que se mantiene Resident Evil, a pesar de sus altibajos.
NOTAS :
[1] Este tópico tan recurrente en Resident Evil no nos deja más opción que hacer una reflexión o, más bien, citar a Hannah Arendt: « …la perfecta eliminación del dolor y del esfuerzo laboral no sólo quitaría a la vida biológica sus más naturales placeres, sino que le arrebataría su misma viveza y vitalidad. La condición humana es tal que el dolor y el esfuerzo no son meros síntomas que se pueden suprimir sin cambiar la propia vida; son más bien los modos en que la vida, junto con la necesidad a la que se encuentra ligada, se deja sentir. Para los mortales, la «vida fácil de los dioses» sería una vida sin vida». Arendt, H. (2003). La condición humana. Buenos Aires: Paidós, p. 144.
[2] Mbembe, por su parte, parafrasea a Foucault: «En la economía del biopoder, la función racismo consiste en regular la distribución de la muerte y en hacer posibles las funciones mortíferas del Estado. Es, según afirma, “la condición de aceptabilidad de la matanza”». Mbembe, A. (2011). Necropolítica. Madrid: Mesulina.
[3] Foucault, M. (1998). Historia de la sexualidad I: la voluntad del saber. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, S.A, p. 85.
[4] Nuda vida es la vida a la que cualquiera puede dar muerte pero que, sin embargo, es insacrificable. «Esta violencia —el que cualquiera pueda quitarle la vida impunemente— no es clasificable ni como sacrificio ni como homicidio, ni como ejecución de una condena ni como sacrilegio». Agamben, G. (2006). Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos, p. 108.
[5] Agamben, G. (2006). Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos, p. 16.
[6] Schmitt, C. (2009). El concepto de lo político. Madrid: Alianza Editorial, p. 53.
[7] Duarte, A. (2004). Biopolítica y diseminación de la violencia. Hannah Arendt y la crítica del presente. Pasajes, (13), 96-105, p. 100.
[8] Bueno, G. (2000). ¿Qué es la bioética?. Oviedo: Pentalfa Ediciones, pp. 73-75.
[9] Como dice Foucault, deben ser segregadas las personas que quieren vivir de las que deben morir.
[10] O como dice Arendt: «… Lo que hoy día importa no es la inmortalidad de la vida, sino que ésta es el bien supremo». Arendt, H. (2003). La condición humana. Buenos Aires: Paidós, p. 343.
[11] Dicen Hardt y Negri en el prefacio de Empire que «en la posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se superponen e infiltran crecientemente entre sí».
[12] Hardt, M., & Negri, A. (2000). Empire. Cambridge: Harvard University Press, p. 272.
[13] Hardt, M., & Negri, A. (2000). Empire. Cambridge: Harvard University Press, p. 197.
[14] O puede que lo que quisiera transmitirnos Shinji Mikami era la percepción tan outsider, y caricaturesca, de la compañía malvada y conspiradora.
[15] Hardt, M., & Negri, A. (2000). Empire. Cambridge: Harvard University Press, p. 310.
[16] Bueno, G. (1999). Principios y Reglas generales de la Bioética materialista. El Basilisco, 2ª época, nº 25, 1999, p. 61-72
BIBLIOGRAFÍA:
Agamben, G. (2006). Homo sacer: el poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos.
Arendt, H. (2003). La condición humana. Buenos Aires: Paidós.
Bueno, G. (1999). Principios y Reglas generales de la Bioética materialista. El Basilisco, 2ª época, nº 25, 1999, 61-72.
Bueno, G. (2000). ¿Qué es la bioética?. Oviedo: Pentalfa Ediciones.
Duarte, A. (2004). Biopolítica y diseminación de la violencia. Hannah Arendt y la crítica del presente. Pasajes, (13), 96-105.
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