La creatividad o la innovación, conceptos que pasean por la Historia cogidos de la mano, se nos antojan dos claves necesarias para entender el progreso del videojuego como disciplina cultural. Sin ninguno de estos conceptos el sector no habría podido nacer y desde luego no hubiera podido desarrollarse hasta alcanzar las cotas actuales. Por supuesto, los períodos donde la innovación o la creatividad han dominado se han mostrado alternos o discontinuos en la corta vida de los videojuegos. Podríamos destacar como uno de ellos los últimos años de la década de los ochenta y primeros de los noventa. Durante esta horquilla temporal se fijaron las bases de los distintos géneros que componen los videojuegos, desde las aventuras gráficas hasta los disparos en primera persona pasando por el rol y, por supuesto, los plataformas. Desde este momento, la evolución se ha alejado de las mecánicas de juego para centrarse especialmente en el envoltorio de los títulos con saltos tan importantes como el paso a las tres dimensiones. Sin embargo, el fondo, las mecánicas, quedaron olvidadas hasta hace relativamente poco tiempo, cuando la oleada de títulos independientes golpeó con fuerza el mercado, aunque no con demasiada, ya que muchos se limitaron a recuperar géneros y títulos olvidados, como los plataformas.
Quizás sea este género, los plataformas, el más prolífico en el mundo independiente, de hecho el hito que muchos consideramos como el inicio de fenómeno indie, el lanzamiento de Braid, se enmarca dentro de este género. El título innova dentro de una pequeña horquilla como es la inclusión del tiempo como elemento jugable. Otros muchos le siguieron en el camino, como Super Meat Boy o el más reciente The Shovel Knight, pasando por el que nos ocupa, Broforce.
Llegados a este punto de la crítica, nos gustaría parar un momento antes de comenzar a describir el título. ¿Es la innovación siempre buena? ¿Es la creatividad siempre algo inherentemente bueno? Dentro de nuestra mentalidad burguesa capitalista por supuesto que es siempre bueno, porque vivimos imbuidos de la idea del eterno progreso que nos indica que siempre vamos a ir a mejor y que esa mejora está ligada a la innovación técnica y la creatividad científica. Sin embargo, esto es una falacia, una idea que no resulta cierta cuando se examina concienzudamente. Otros pueblos y sociedades creyeron ciegamente en ella y acabaron desolados por dos guerras mundiales. Por tanto, la innovación y la creatividad, reducidas en el mundo más comercial del videojuego a la mejora de la técnica gráfica, no implican siempre y de ningún modo un mejor juego. La vuelta a la tradición, la recuperación de formas que funcionaron en el pasado e imbuirlas de nuestro presente para adecuarlas a nuestros tiempos son también espectros que funcionan, y que lo han demostrado.
El mundo independiente ha demostrado que funciona este mismo aspecto. No ha sido un Renacimiento del videojuego, sino un Neoclasicismo. No se ha innovado basándose en el pasado, sino que se ha adaptado el pasado al presente. Dos conceptos perfectamente diferenciables y diferentes. Y el mejor ejemplo de esta idea es Broforce.
El título de Free Lives Games es un juego de plataformas donde prima la acción, la violencia y la destrucción del escenario. Basado en referencias populares del cine de acción de los ochenta y los noventa, realiza una severa crítica satírica a la política exterior norteamericana y lanza al jugador a una catarsis de sangre, violencia y destrucción en dos dimensiones que resulta tan grata como adictiva.
El jugador puede elegir entre diferentes escenarios para progresar en la partida. Cada uno de estos escenarios tiene una dificultad diferente y nos permite ir conociendo nuevas zonas dentro del juego. Los personajes que manejamos, y es aquí donde entran las principales referencias, son protagonistas de grandes clásicos del cine de acción como Terminator, Blade, Juez Dredd, John McClane, etcétera. Todos ellos ampliamente conocidos por el público medio. Cada uno de estos permite al jugador enfocar la partida desde una óptica diferente, ya que poseen una serie de habilidades únicas que condicionan nuestro comportamiento.
El objetivo del juego es ir limpiando de enemigos los escenarios, cada cual más complicado que el anterior, llevando, de esta manera sangrienta y brutal, la democracia allí donde estemos destinados. Aquí es donde entra el elemento satírico, ya que muchas de las frases que escuchamos durante la partida, así como muchos de los enemigos finales que nos encontramos, tienen una profunda relación con los conflictos bélicos a los que EE. UU. se ha enfrentando en su corta historia, Vietnam, Afganistán, Iraq…
Sin embargo, otro de los elementos más destacables del título es sin duda la destrucción que el jugador puede realizar en el escenario. La pequeña innovación del juego respecto a sus hermanos del género de las plataformas es la posibilidad de hacer añicos cualquier elemento que aparezca en pantalla, mejorando de esta manera la jugabilidad, ya que permite elegir distintas estrategias a la hora de afrontar una misión. Otra de las innovaciones es el tratamiento de la partida, que debido a sus altas dosis de violencia y sangre no lo hacen recomendable para todos los públicos. Aspecto que, si bien ha sido utilizado por otros títulos como Limbo o Super Meat Boy, no ha sido reproducido con la misma crudeza y bestialidad que en Broforce, título que incluso hace de este aspecto innovador su bandera.
Broforce, en definitiva, refleja a la perfección las ideas del videojuego de nuestro tiempo basadas en la recuperación de mecánicas añejas ya consolidadas, pero envueltas en una tela nacida del presente y decorada con cientos de guiños a la cultura popular que cumplen con creces las necesidades de los aficionados a este género.