No hay un género que rescate el espíritu de los arcade como los endless runner, juegos de una eterna huida hacia delante que se apoya en los controles sencillos y la rejugabilidad. Si en los 90 eran las recreativas de cinco duros las que apostaban por la simplificación y potenciaban ese interés por volver a jugar, en la actualidad, son internet y los smartphones quienes se han apoderado de esta misma esencia. El ratón y las pantallas táctiles han conseguido minimizar los controles hasta el paroxismo: un clic o la yema de un dedo es todo lo que necesitamos para avanzar por escenarios vertiginosos que se generan de forma aleatoria tras cada partida. Este género, que a veces también cobra protagonismo en algunos niveles de títulos más pausados — como así demuestran Rayman Legends (UbisoftMontpellier, 2013), y sus fases musicales, o Deadlight (Tequila Works, 2012), cuando escapamos del helicóptero—, tiene varios referentes y, quizá, el que más ha influenciado a Solipskier (Mikengreg, 2010) sea Canabalt (id.; Adam Saltsman, 2009).
El título de la independiente Mikengreg parte de un diseño similar al de Saltsman. Estéticamente, su escenario reproduce los mismos tonos grisáceos y minimalistas en los fondos, aunque con algunos retoques que le confieren personalidad y un mayor dinamismo. Por un lado, su scroll paralax (dos o más planos que se desplazan a diferentes velocidades para dar sensación de profundidad) está formado por una capa más: tenemos el cielo al fondo, luego las montañas, en segundo plano la silueta de unos edificios y, por último, el suelo de nieve que pisamos. Por otro, y para que la acción tenga ese efecto frenético deseado, en primer plano van brotando los árboles y las cabañas en función de la velocidad que alcanzamos. Pero vayamos por partes: Solipskier propone un recorrido infinito diferente con cada partida en el que el objetivo es que nuestro esquiador recorra la mayor extensión posible, pase por las banderas de ruta marcadas y, de paso, haga alguna que otra cabriola que dispare nuestra puntuación final. Lo más interesante es que parte de un concepto nuevo que hace que toda la propuesta adquiera una coherencia que otros endless runner no tienen.
En Solipskier no manejamos al personaje, en su lugar generamos el suelo que pisa, la pista de esquí por la que patina. Es un detalle importante porque hace que su universo sea menos surrealista que el de Saltsman. Con un clic continuado, la pista aparece en pantalla y si dejamos de apretar el ratón, desaparece. El esquiador gana velocidad si dibujamos un descenso y le cuesta horrores continuar si viramos bruscamente hacia una pendiente pronunciada. En Canabalt controlamos los saltos con cada pulsación y, por alguna misteriosa razón alejada de la física, el personaje cada vez adquiere más y más velocidad. Las cajas que aparecen al azar en los tejados de los edificios nos sirven como freno y esquivarlas o toparnos con ellas es la base para tener dominada la situación. Solipskier es mucho más consecuente y sofisticado, la velocidad la dirige el jugador con su destreza para pasar por los puntos de control. Hay túneles con los que ganamos velocidad, vallas amarillas que nos impulsan, rojas que no podemos tocar y zonas de salto en las que el suelo desaparece. Todo con una aceleración del demonio y un acompañamiento musical que parece alentarte hacia la potencia sin control.
Canabalt es una incertidumbre constante, nunca sabes qué viene inmediatamente después: a veces una plataforma que se eleva, un mecha gigante que cae del cielo, un cristal, un edificio que se derrumba… y Solipskier es todo lo contrario: siempre cuentas con indicaciones de lo que te espera, minimiza el factor azaroso para que el gobierno siempre dependa de tu habilidad. Si eres lo suficientemente rápido, aparece una estela multicolor a tu espalda, más o menos viene a ser la forma que tiene Solpskier de decirte que estás haciendo bien las cosas. Pero si mantienes los ojos inyectados en sangre el tiempo suficiente como para que se te peguen los mocos a la cara y tus cascos salgan volando, entonces la música infernal se detiene (literalmente) y empiezas a disfrutar de la velocidad y los saltos locos; como si fueras el único sujeto pensante en la nieve, llegas a ese solipsismo del esquiador cuando solo existe tú, tus esquíes y una pista infinita para deslizarte.
JUÉGALO EN: Mikengreg
OBSERVACIONES:
– La pantalla horizontal es perfecta para buscar un tamaño adecuado en el ordenador.
– Ponte los cascos (a un volumen moderado), pero póntelos.